Las bodas, esos festivales veraniegos

Me hace gracia cuando alguien me dice eso de: «no sé como pueden gustarte esos festivales a los que vas», «¿no te cansan?», «¿no te suena todo igual?», «pufff, yo ahí me moriría» «¿van todos vestidos así de raros?» Me hace gracia porque con las mismas que te dicen este tipo de cosas ven perfectamente normal que tú tengas que estar a gusto en una boda escuchando todo lo que sabemos que suena en una boda, vestida como un carnaval porque tú nunca vistes así. Ven extraño que cuando termina el banquete no te lances cual posesa a la pista para contonearte mientras Los Cantores de Híspalis, Siempre Así o Paquito el chocolatero se hacen dueños de mis peores pesadillas. Estos festivales tienen que gustarte por cojones. A ver, y no me vengan ahora con eso de «son amigos y quieren que estés», eso es demagogia, soy la primera encantada de estar con los amigos. Yo hablo de toda la parafernalia que hay que soportar para poder estar con tus amigos porque de otra forma, mal que te pese, no va a suceder. Este fin de semana me voy a uno de esos festivales, esta vez llevo la excusa perfecta porque voy con muleta. Sólo pido al que pinche o al que toque que tenga un poco de piedad, al menos hasta que el alcohol haga efecto. Gracias Señor por haber inventado tal brebaje.